lunes, 9 de septiembre de 2013

Problemas de la escritura de la novela Dominicana 1940-1960

Escrito por: Miguel Ángel Fornerín
El ciclo novelístico que va de 1940 a 1960 parece ser de menor calidad que el anterior. En él aparecen las obras de Rafael Damirón (“Revolución”, 1942; “La cacica”, 1944), un novelista que no acaba de convencer, porque  su obra estuvo más centrada en  la propaganda que realizó la dictadura. También debemos mencionar las obras de Marrero de Muné “Caña dulce” (1957)  y “Troeya” (1949) de  Ana Virginia Peña de Bordas, que no han concitado una atención definitiva de la crítica. Podríamos decir que es la mujer novelista de este período y muestra la decadencia de la participación de la mujer en la narrativa de largo aliento. Sobresale Sanz Lajara con una novela buena: “Caonex”, también de corte trujillista, y que muestra al mejor escritor del periodo. En segundo lugar hay que destacar la presencia de  Lacay Polanco, autor único con “La mujer de agua” y “En su niebla”. “Juan mientras la ciudad crecía” (1960),  de Carlos Federico Pérez; “Trementina, clerén y bongó” (1943), de Julio González Herrera, son obras de las cuales se ha escrito poco y han quedado fuera del canon. También en este interregno Moscoso Puello publica “Navarijo” (1956), una novela de cierto interés por el mundo que busca revivir: una familia bajo las dictaduras de Lilís y Trujillo.
         
Entre Sanz Lajara y Lacay Polanco tenemos a dos escritores singulares. Ambos son dos estilistas; el manejo del lenguaje es extraordinario en sus novelas y cuentos. En Sanz Lajara esta posibilidad está fuertemente asociada a la creación de personajes, espacios virtuales...una narrativa de la negritud; es un escritor que va más allá de nuestras fronteras. En Lacay, “La mujer de agua” (1949), el lenguaje poético está siempre en movimiento y es él el autor que mejor capta la estética de la posguerra, la influencia de la literatura española del éxodo y el llanto, como la llamara León Felipe. La nota lamentable es que ninguno de estos escritores desarrolló toda su potencialidad en el arte de novelar. Si Sanz Lajara tuvo logros en “Caonex” (1949) y en sus cuentos (“El candado”, 1959), Lacay Polanco se queda en el lenguaje, en la experimentación de “enfant terrible”, de poeta maldito de “En su niebla”, (1950). Pero no hay un más allá. La dictadura y la ausencia de un mundo editorial importante yugularon esta narrativa. Se escribe para alguien y desde cierta libertad. Esta no existía y los lectores eran muy pocos.
                Debo decir que 1940-1960 es el periodo de mayor represión de la dictadura; de mayor expresión política. De grandes actividades guerrilleras. Muchos de los jóvenes se inmolaron en las montañas. Parecería que la política tuvo más que ver con la expresión que el arte literario. La posguerra, el reordenamiento de la economía, dieron a un Trujillo modernizante y empresario cañero; en el sátrapa la imagen del hacendado se convierte en la nación como hacienda de la familia Trujillo. La cartilla trujillista muestra el nivel de adoctrinamiento que tomó la educación. Se desmanteló la escuela hostosiana; propagandistas trujillistas como Balaguer y Ramón Emilio Jiménez tomaron el control de la Secretaría de Educación. No he encontrado más de una edición de las  novelas fundamentales. “Enriquillo”, “Over”, “La Mañosa”,  se quedaron con una sola edición. Para la educación se publicó una versión parcial de “Enriquillo”, no tengo noticias de otras publicaciones hasta que Julio Postigo comenzó su colección en 1949, pero las novelas fundamentales aparecieron en esa colección en este orden: publicación en el siguiente orden: número 10. “La sangre” (1955); 20. “Baní...” (1962); 21. “Judas, El buen ladrón”; 26. “Over”; 36. “La Mañosa”. La idea de que alguna literatura pudo servir significativamente al régimen, alguna obra de ficción, es para mí una falacia.
                Mientras esto ocurría, se publicaba en Cuba (La Verónica)  en 1940 la segunda edición, revisada y corregida por el autor de “La Mañosa”. Bosch hace una poda de su estilo eliminando los elementos modernistas de su prosa.  (Bosch, Juan: “La Mañosa”, estudio, cronología, notas y variantes de Guillermo Piña-Contreras, 2004); y en Chile el editor Ercilla publicó las obras de Requena, “Cementerio sin cruces” (1949) y “Camino de fuego” (1941) la primera puede ser estudiada como una obra propagandística que le costó la vida al autor. Solo Bosch y Requena realizaron una obra estimable desde la narrativa en el exilio.
                A fines de la dictadura, Antonio Fernández Spencer orienta a un grupo de novelistas, con una visión estética muy particular. Ellos van a producir, lo que ha llamado Giovanni Di Pietro “La novela bíblica”. Marcio Veloz Maggiolo (“El buen ladrón”(1960) y “Judas”), Carlos Esteban Deive (“Magdalena”, 1962) y Ramón Emilio Reyes (“Testimonio”, 1961). En los prólogos que escribió Fernández Spencer a estas obras se nota una influencia de las preocupaciones que había expresado José Ortega y Gasset sobre la novela del siglo XX y una poética más cercana a la filosofía, como fue la poética existencialista de la posguerra. Entonces se leía mucho a Ortega en Santo Domingo y la literatura francesa era de gran estimación sobre todo la obra de Camus y Sartre.
                Con Fernández Spencer, los nuevos creadores consiguen a un editor profesional, un teórico que orientará su arte. La novela bíblica se inserta en lo que se estaba haciendo en Europa. Da un salto cualitativo. Spencer postula el nacimiento de un nuevo arte. Un arte del hombre frente al mundo, un arte universal, vitalista.
                Spencer postulaba una nueva narrativa en un mundo en que estaba a punto de terminar la dictadura de Trujillo y el orbe daría cambios fundamentales con la Revolución cubana y el movimiento de la contracultura norteamericana. En ese mismo punto definitorio, la narrativa latinoamericana era descubierta por los editores catalanes (Seix y Barral). Y comenzaron a aparecer nuevos narradores como Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y se publicaron a otros como Borges, Carpentier,  y Onetti y Cortázar que ya venía realizando otra novelística. Se desarrolla esta nueva narrativa dentro de las cuatro cimas de la narrativa del siglo veinte (“El Ulises” de James Joyce, “A la búsqueda del tiempo perdido”, de Marcel Proust; el irracionalismo de “La metamorfosis” “El castillo” de Kafka, y el mundo alucinante del sur estadounidense con la obra de Faulkner.
                La novelística del llamado boom latinoamericano toma elementos muy importantes que tienen que ver con el vanguardismo europeo. Aparece una nueva forma de representar la realidad en la obra con el perspectivismo de William James en la filosofía, Henry James en la teoría literaria y con sus novelas. El tema del tiempo irrumpe en la filosofía de Bergson y los cambios en la perspectiva y la relación tiempo y espacio en la física de Einstein motivaron mudanzas en la manera de presentar la historia. Atrás había quedado la novela de aventura, la novela de acción, atrás  había quedado el sociologismo de la literatura social rusa... el mundo buscaba una nueva forma de representar la realidad. El novelista busca a un lector más activo y hasta escribe para la nueva crítica literaria que trasciende fronteras en un mundo convulsionado y de grandes movimientos intelectuales unidos a los movimientos sociales del siglo XX.
Articulo publicado en el Periódico Hoy el 7 de junio 2013

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