martes, 14 de abril de 2009

Luego de la semana santa un homenaje a los socorristas de la defensa civil y organismos de emergencias con este cuento que escribimos en el 2006

Al auxilio del peligro Un silencio ensordecedor perturba la cama sin sueño de Crisóstomo Valdez, un apagón eléctrico ha convertido en un sauna natural la pequeña habitación que comparte con su esposa e hijo. Patricia maldice en susurro la multinacional que da el precario servicio eléctrico en la República Dominicana; mientras que el radio comunicador que encadena las veinticuatro horas al día como chofer de una ambulancia de la defensa civil recrudece esas maldiciones elevándolas a su máxima expresión, al informar de una emergencia que Crisóstomo debe atender con urgencia.

- maldita sea, solo eso faltaba- dijo la mujer

Manejar una ambulancia en Santo Domingo es un trabajo complejo y mal pagado; con frecuencia ocurren accidentes y las pocas unidades y la carencias de recursos humanos hacen que los que asumen esta responsabilidad se conviertan en una especie de soldados humanitarios sin horario ni vacaciones. Para colmo de males, esta ciudad es una selva asfaltada sin regulaciones eficaces en el transito, los conductores hacen caso omiso al sonido de las sirenas de emergencias, las calle, avenidas y carreteras están en malas condiciones estresando y demoliendo el cuerpo de los conductores de ambulancia por la premura con que se desplazan.

A través del radio comunicador se ha informado de un accidente en la carretera Duarte próximo a Villa Altagracia, sin más información debido a que fue reportado por alguien que transitaba por el lugar. Se viste apresuradamente sin contestar la arenga que aun le despacha su esposa. Mira el reloj, son las once de la noche.

- ¡caramba!-

Se lamenta mientras por su ya arrugada frente las gotas de sudores se desplazan, a tientas se abotona la camisa y sujeta las botas, ante de colocarse la gorra se acoteja en su cuello la cadena con una medalla con la imagen de san Gregorio Hernández para que le proteja, besa en la frente a José su hijo que duerme inocente de su salida.

Se persigna, mientras arranca la ambulancia, no sin antes escuchar las quejas acumuladas de Patricia, sus amenazas de marcharse llevándose consigo a José en busca de un mejor destino por su cuenta.

- De que sirven las medallas y condecoraciones si no puede estar con tu familia, y además nadamos en necesidades-

Eso fue lo último que escucho antes de salir y dejarle hablando sola. Crisóstomo ha laborado por diez años en la defensa civil, los primeros tres de manera voluntaria, luego por un sueldo mínimo que no le da para satisfacer sus anhelos familiares. Un héroe sin capa ni espada, con una ambulancia como batimovil, sin sueños para el, con gran vocación para salvar vida; un filántropo sin premio Novel.




El lugar del suceso es oscuro e inhóspito, una llovizna mojaba el ambiente. A su llegada vio correr a personas que sin dudas robaban las pertenencias del accidentado, se valió de un foco para abrirse camino entre las malezas, con su maletín de primeros auxilio en la otra mano. Dentro de un vehículo un hombre joven yace cubierto de sangre con evidentes signos vitales. Inmediatamente lo saca del vehículo y lo coloca en el suelo.

-Una herida sangrante en la frente y hematomas en el tórax-

Informa por la radio, mientras aplica diestros métodos de para hacer reaccionar al socorrido. Proporciona respiración artificial y golpea el pecho para restablecer el ritmo cardiaco sin reacción alguna, el olor a alcohol que expide aquel hombre indica la causa del accidente.

Se encuentra a unos trescientos metros de la ambulancia y decide buscar la camilla y ayuda para poder trasladarlo al hospital más cercano. La lluvia apareció en la escena, haciendo más difícil la visión y el traslado. Miró a todos lados sin ver a nadie que pudiera ayudarle, trató de parar algún vehículo pero todos iban a alta velocidad y no le hicieron caso, pensó en pedir ayuda por la radio pero era improbable que la ayuda llegara a tiempo.

Decidió cargarlo en su hombro y así lo hizo a puros malabares pudo ponerlo en la camilla y ya se disponía a marcharse cuando recordó que había dejado el maletín de primero auxilio y fue a buscarlo, en el camino sintió el golpe contundente de un automovil que lo arrojó a los matorrales, el vehículo hizo varios zigzag y al lograr estabilizarse se alejó sin intención de socorrerle.

Ahora estaba ahí tirado en los matorrales el socorrista que tantas vida había salvado en esta misma carretera, diezmado por los golpes de un destino azaroso, aquel que siempre había arriesgado todo, como hoy, al auxilio del peligro.

Sin noción del tiempo pasado, confundido y adolorido, despertó Crisóstomo Valdez, notó que estaba dentro de su ambulancia en pleno movimiento. Miró al conducto al que reconoció por la herida de su frente, tomó la imagen de san Gregorio Hernández que pendía de su cuello y la besó con unción antes de volver a desmayarse.

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